lunes, 30 de noviembre de 2009

Vamos, imagina que eres un rosal... Qué sientes?... Qué piensas?


Imaginar un rosal fue en principio algo que provocó en mí, duda. No estaba seguro de cómo debía verse, considerando que nunca he estado cerca de uno, y si lo estuve no me di el tiempo de notarlo. Mis alergias, además del polvo de casa y el polvo de exteriores, abarcan también el césped, hongos, determinados árboles, y algunas flores, entre otras cosas, lo que no me permite vivir en armonía con la naturaleza. Sin embargo, sí estaba seguro de cómo se veía una rosa, en su papel protagónico y estelar. De un pequeño botón de flor saliendo del suelo, comencé a crecer con rapidez y lentitud, fuerza y delicadeza, euforia y calma, contento y temeroso. Era una paradoja constante, en la que no podía distinguir con claridad lo que estaba ocurriendo. Como una espiral que emergía de las profundidades de la tierra, iba desenvolviéndome, abriéndome camino en contra de la gravedad.
Podía verme en todo mi esplendor, cada una de mis pequeñas espinas, mis hojas anchas y oscuras, mi tallo fuerte y erecto, mis pétalos amplios, cubriéndose el uno al otro cual pingüinos en busca de abrigo, tocándose como amigos que se brindan apoyo con un fuerte abrazo, todos convocados en una reunión circular como adoradores apasionados, enfocados en un mismo centro, en un mismo sentir, en un mismo pensar, en un mismo actuar.
Nunca sabré si en ese centro estaba ubicado mi corazón, o mi cerebro. Cada vez que mi corazón me impulsa a entregarme a las emociones y sensaciones, mi cerebro levanta la mano cual estudiante aplicado en busca de nuevas respuestas. Y cada vez que mi cerebro intenta tomar una decisión arbitraria, es mi corazón quien interviene con su misericordia o su maldad, su osadía o su temor.
Miré mis pétalos, dueños de un color rosa que me inspiraba tranquilidad, pero la razón siempre presente, y su búsqueda irracional por lo ausente me hacían pensar ¿Existen las rosas rosa? Mirando a mi alrededor veo crecer rosas rojas y blancas. Me pregunto por qué soy diferente a ellas ¿Es que a caso no nacimos de la misma forma y en el mismo lugar? No me hablan, parece ser que no piensan, no sienten, están vivas, pero no viven. Me siento especial. Privilegiado. El suelo está cubierto de pasto, parcialmente húmedo y verdoso, parcialmente seco y oscuro. Frente a mí, una carretera. El pavimento, dulce muestra del progreso que cubre las tierras y delimita los territorios. Pasa gente frente a mí en autos brillantes, puedo ver cómo son consumidos por sus vidas aceleradas, pero soy el único que puede observarlo. Qué gran privilegio. Qué gran desdicha. Observar y reflexionar, pero imposibilitado para poder actuar a mi voluntad. Cada día veo cómo Dios pone en mi camino gente que necesita ayuda, gente que necesita aprender a vivir pues por más que busca no encuentra la felicidad, la plenitud. Piensan que la felicidad es algo que obtendrán al final de un camino que ven cada vez más difuso y tortuoso. Fui de esas personas. Buscando ese algo que pudiera saciarme. Lo único que puedo entregarles es una palabra, que pueda orientarlos, que pueda alentarlos, que pueda guiarlos. Pero en mi calidad de rosa, pequeño y sin la capacidad de hablar a la velocidad con que ellos pasan, mi obra se ve truncada. Solo puedo intentar ser ejemplo vivo para esas rosas que viven a mi alrededor y que así despierten de su inerte y lamentable estado. Pero es difícil. Cada día despierto con la convicción de que hoy seré un poco más fuerte que ayer. Pero ser más fuerte, significa luchar más duro. Crecer esquivando los ataques de ese jardinero, con sus tijeras y pesticidas, de esos insectos que intentan devorarme; y tratando de recibir la luz y el calor que viene de las alturas, de más allá del cielo, recibir esa lluvia que se derrama sobre mí para bendecirme y saciar mi sed.
 
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